Del baile al llanto

Por Leonard Haverkamp y Margarita Borja

Heidelberg, 6 de febrero de 2024. “¿Conocen el baile del chicote?” nos pregunta una niña de largas trenzas negras cuya madre arrancó a latigazos de su juego: dos Barbies (madre e hija) que se trataban con ternura de repente solo se hablan a gritos hirientes. Junto a su amiga la niña hace serpentear por el aire unos cinturones como serpientes venenosas. Esta escena deriva en una parodia tragicómica de un comercial televisivo donde se enumeran las virtudes del chicote como instrumento didáctico.

El teatro comunitario tiene esa capacidad de transitar, en un abrir y cerrar de ojos, de un lugar a otro de la experiencia humana. Esto se debe a su cercanía al ciclo natural de la vida y su independencia de la racionalización y teorización que restan vitalidad a una historia. El objetivo de la directora boliviana Erika Andia era sacar el teatro del teatro: que nazca de la comunidad, que llegue a la comunidad. Es así como funda su proyecto las Kory Warmis (en aymara: Mujeres de Oro).

Estas mujeres de oro son comerciantes y artesanas de El Alto y La Paz que se unieron para trabajar artísticamente sus historias de vida. La pregunta con la que nace la agrupación fue: “¿Quién de ustedes ha soñado alguna vez con ser actriz?”. De sueños, pues, nace este proyecto que hoy incluye también niñas y hombres y se ha presentado en Bolivia y otros países hispanoamericanos, en canchas de fútbol, escuelas, parques, festivales de teatro. Lo que en principio se pensó duraría un par de años lleva ya nueve, y de tanto soñar han logrado alcanzar algo que parecía inalcanzable y que las llena de enorme ilusión (una ilusión que se derramaba de los ojos y sonrisas del elenco y la directora sobre los espectadores que llenaban la sala, contagiados de emoción): cruzar el gran charco y llevar su arte y sus historias hasta Europa.

Todos contra todos

Las Kory Wamis se propusieron tematizar la violencia, un tema omnipresente en la sociedad y del cual se habla demasiado poco. Así como en la vida, sobre las tablas la violencia acecha en cada esquina: en una boda donde el padrino manosea a las mujeres del servicio, incluso a una menor de edad. “Tú misma tienes la culpa” responden las compañeras a la que se atreve a denunciar la agresión. O en el taxi al que temen subirse por miedo a ser violadas o asesinadas para traficar sus órganos (aunque sea en burro, pero hay que llegar a casa sanas y salvas). Y naturalmente hay violencia entre marido y mujer, incluso el día de la boda. “Te pega porque te ama”, repiten las generaciones para justificar lo injustificable. Si la pareja habla de divorcio es solamente para lastimarse mutuamente. No es una opción: la familia es lo primero. No hay otra opción: hay que quedarse juntos por la niña, esa niña que se tapa las orejas para intentar escapar de los gritos entre sus padres, esa niña que finalmente se quedará huérfana tras el feminicidio que le quitará a su madre y el suicido que la dejará sin padre.

Pero quien se imagine esta obra como un oscuro y opresivo drama familiar se equivoca. A los excesos de violencia y alcohol le siguen alegres escenas de baile y fiesta (con mucho confetti) donde las cholitas mecen sus polleras y llenan el escenario de color. Color que de repente se transforma en muerte cuando las cholitas bailarinas desaparecen (han sido asesinadas) dejando atrás sus coloridas chalinas sobre el piso del escenario, huellas que no deben ser borradas de la memoria. La velada funciona como una especie de collage, una sucesión de sketches tragicómicos que se van tejiendo musical y temáticamente también gracias al motivo del déjà vu (esto ya sucedió alguna vez, a mí o a otra mujer). La violencia revienta en el escenario ruidosamente como una gran ola -o silenciosamente hace brotar lágrimas en el público ante una secreta confesión-, una ola tan poderosa que una marea de música y color no logra hacer desaparecer por completo: la arena sigue mojada.

A palos no se aprende

Pero esa coexistencia de la opresión y la alegría no llega a resultar macabra. De lo contrario, ese ir y venir entre ambos estados describe por un lado cómo penetra la violencia en nuestras vidas (una brisa que se transforma repentinamente en huracán) y por otro cómo la vida sigue a pesar de toda crueldad. En lugar de hacernos un nudo en la garganta, la obra arranca una y otra vez risas de un público transportado a un estado de emocionalidad. Un momento reímos, al otro nos conmueve una niña que confisca el chicote con que su madre pretende disciplinarla y le explica claramente que los palos solo hacen más mala a la gente (y ni siquiera sirven para enseñar matemáticas ni química ni nada mismo), o nos conmociona la historia de un padre que casi mata a palos a su hijo favorito porque le gusta jugar con muñecas, maquillarse, ponerse vestidos y solo sueña con ser la hija favorita de su papá. Esta historia termina, claro, en suicidio.

A pesar de todas las imágenes impactantes, a veces más sutiles, otras veces más explícitas (música triste para una escena triste, al estilo de una telenovela), no hay nada de sermón en esta velada. Con enorme vitalidad artística logran contarnos su historia, la historia de tantas, y subrayar lo esencial: la violencia engendra violencia. Ante la pregunta de cómo romper ese ciclo parecerían responder: primero poniéndole nombre y rostro, reconociéndolo y buscando, cada una, su propia salida (Brecht estaría encantado con esta solución). 

Las Kory Warmis quieren llevar el arte a toda la gente y no solo a aquellos que se compran una entrada para ir al teatro. Por ello se han presentado en calles, plazas y muchos otros espacios fuera del centro. De ahí esa sazón más picante, esos giros tan dramáticos. Por ello sorprende lo bien que funcionó la obra sobre el escenario de un teatro tan oficial y solemne como el Alter Saal de Heidelberg. Y esto incluso cuando esa brusca alternancia entre la violencia y la exuberancia podría haber desconcertado al público alemán, lo que predominó fue la empatía, el entusiasmo, la concientización y la alegría. 

Déjà vu. El corazón también recuerd
Kory Warmis
Estreno europeo
Dirección: Erika Andia, Freddy Chipana / Texto: Freddy Chipana / Luz: Sergio López / Sonido: Henry Unzueta / Logística y coordinación: Alexander Gutierrez / Con: Justo Limachi Machaca, Nina Amaru Armata López, Celina Marfeli Flores Mamani, Gumercinda Mamani Chambi, Brayam Machaca Aranibar, Carmen Patricia Aranibar Álvarez, Maria Luque de Poma, Mabel Elena Villalba Mamani, Martha Alvarez Velez, Lucila Cutipa de Quispe, Juana Mamani Gonza, Mishelle akianne Garcia Alberto, Nilda Vicky Miranda Mendoza, Clara Valentina Muñoz Andia
Duración: 85 min

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