Refugio fantasía

Por Georg Kasch

Versión en español por Margarita Borja

Heidelberg, 8 de febrero de 2024. ¿Que qué pasa en esta obra? Veamos: de cuando en cuando algo baja del cielo, lenta o brutalmente. Descienden un parlante, unas botas; de repente un enorme peso cae en pleno escenario, más tarde también varios reflectores y hasta un ladrillo aterrizan justo al lado de los actores haciendo tremendo ruido, rompiendo el parquet. ¿Destino? ¿Descuido? ¿Ira divina?

Son muchas las preguntas que quedan sin respuesta en la obra argentina “Hielo Negro”. Black ice, esa fina capa de hielo que puede cubrir las vías: trampas mortales, invisibles. De esta y otras experiencias invernales en el helado norte nos hablan las cartas escritas por Luciana y Luis a un tal Matías desde un taller de creación teatral en los Estados Unidos, en el estado de Nueva York. A Matías le cuentan su fascinación con una obra de teatro de unos búlgaros en quienes han encontrado algo que han decidido llamar “la chispa sagrada”. La última carta narra la última aventura en el hielo, con un primo de Luis que estaba de visita desde la Argentina se pusieron a jugar a andar sobre un lago congelado, donde el primo cae y desaparece para siempre. 

Una zona de sombra en una velada iluminada por el encanto del absurdo y que me recuerda a la obra de Pirandello, solo que aquí son cinco personajes y no están en busca de autor sino de una performance. La obra empieza al ritmo de la suite “Romeo y Julieta” de Sergei Prokofiev: dos criaturas humanas se arrastran por el escenario como si fueran “gusanos ciegos” (de esto nos enteramos más adelante). Visten unos monos de flores con capuchas afelpadas que conservarán durante toda la obra.

Mensajes del más allá 

La performance del Grupo Krapp sorprende, suspende toda lógica. Una performer quiere repetir su baile “pero esta vez con botas”. Se las pone en las manos. El público ríe. Una voz en off (¿Matías?) les pregunta en qué piensan mientras se mueven. Entonces uno de los performers se inventa una divertida y loca historia para acompañar los movimientos del otro. El público ríe. Uno a una los performers narran descabelladas fantasías y los otros las interpretan. Gritan y graznan, sonidos primigenios que me recuerdan a la coloratura del aria de la "Reina de la Noche" de la "Flauta Mágica" de Mozart.

Sobre un escenario casi vacío (un parquet falso que se destruirá y en el fondo una pared de madera que terminará por desplomarse), se repite la misma dinámica: uno cuenta una historia, los otros la encarnan. Son bisontes bebés, uno ciego, uno con la patita rota. Son náufragos en una playa (comen pescado, beben agua de coco, tienen mascotas: una tortuga y un cocodrilo). Llega un barco para salvarlos. No los salva: esos vikingos modernos, gigantes, han llegado para esclavizarlos, los cortan en pedazos pero los mantienen vivos, luego cosen a tres de ellos juntos creando un monstruo al que luego entregan un millón de euros y dejan en libertad. El monstruo va de shopping. El público ríe. El monstruo quiere romance, se hace un perfil en un dating-app. Conoce a alguien. Se van a la piscina y nadan al ritmo de “El lago de los cisnes” de Tchaikovsky. O se paran en el proscenio y miran al abismo. 

Refugios

Ahí está nuevamente: la muerte. Acecha tras las cosas que caen del cielo, en la historia del hielo, en la crueldad oculta en las locas fantasías que se inventan. Pero también late en las preguntas e instrucciones de la voz en off, como si provinieran de un director omnisciente e incorpóreo: un espíritu, un dios. El escenario sería entonces, como lo imaginó Calderón de la Barca, el mundo en el que los actores tendrían que demostrar su valía, y las escenas incoherentes representarían los absurdos de la vida (y nuestro intento de darle sentido).

¿Por qué algunas quedan y otras no?, se preguntan los artistas ante las escenas del performance que terminan por cortarse. Podríamos preguntarnos también: ¿por qué algunos quedan y otros mueren? Y es que es inevitable pensar en la muerte si uno se ha informado sobre la obra y los artistas: durante el proceso de creación de “Hielo negro” falleció uno de los miembros fundadores del grupo Krapp, Luis Biasotti. La directora y performer Luciana Acuña tuvo que terminar sin él la obra que empezaron juntos. Es resultado: una performance que nos habla ante todo sobre la vida pues los cuatro cuerpos en escena (el quinto, Matías Sendón, aparece recién al final aunque su voz nos acompañó durante la obra) están llenos de energía y precisión, se tensan magníficamente como animales o se transforman en bailarines y criaturas fantásticas. Pasan del slapstick al movimiento sincrónico de la danza con una potencia que nos distrae de nuestro afán de andar buscándole a todo un sentido racional. Al final, la existencia se impone a la conciencia, la fantasía a la realidad, la vida se salva de la muerte. El mundo se desploma a su alrededor pero los artistas se han refugiado bajo una lona negra. Y desde allí continuarán bromeando hasta el final.

Hielo negro
Grupo Krapp

Dirección: Luciana Acuña / Creación: Francisco Dibar, Santiago Gobernori, Luciana Acuña, Matías Sendón y Milva Leonardi, a partir de una creación original de Acuña/Biasotto / Interpretes: Ana Inés García, Francisco Dibar, Santiago Gobernori, Luciana Acuña, Matías Sendón / Escenografía: Ariel Vaccaro / Luces: Matías Sendón / Vestuario: Mariana Tirantte / Música original: Gabriel Chwojnik / Video y colaboración dramatúrgica: Alejo Moguillansky / Textos: Luis Biasotto, Luciana Acuña y Mariana Chaud / Producción y colaboración artística: Gabriela Gobbi / Fotos: Carlos Furman / Esta obra es una producción integral del complejo Teatral de Buenos Aires, Argentina.
Duración: 75 minutos

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