¡Santo Niño Fidencio, ruega por nosotros!

Por Georg Kasch

Versión en español por Margarita Borja

Heidelberg, 11 de febrero de 2024. ¡Cómo mueven las caderas esos cinco! ¡Con cuánta energía sacuden los brazos! En perfecta sincronía se mecen a un ritmo contagioso. Como si fuesen un solo cuerpo, Samantha Chavira, Jonathan Rodríguez, David Colorado, Rita Tornero y Ricardo Daniel transitan el espacio escénico con una ligereza a la cual podríamos llamar cool pero que además emana una gran elegancia y dignidad. No sorprende pues que la existencia de estos personajes nos resulte incluso sexy, a primera vista. A segunda, se abren abismos.

En su obra “Ese bóker en el campo del dolor”, Víctor Hernández nos habla de malandros, pandilleros, dealers y drogadictos; jóvenes enamorados, creyentes, traidores. Nos habla de una fauna urbana marginal que abunda en el Norte de México en la región de Nuevo León. Las drogas, el sexo y la música son parte integral de sus vidas, y son más rápidos con la pistola que en el cálculo mental. Guerrean entre ellos y viven atrapados en una zona mortal entre los carteles y los militares. Del Estado solo conocen el desprecio y el castigo, buscan refugio en sus propios santos y sanadores. Si la novia queda embarazada, la criatura estará condenada a esa vida de criminalidad o terminará en el orfanato. ¿Existe alguna salida de esta situación? Al parecer, no.

Pícaro, iconoclasta

En escena, la agrupación La Canavaty nos pone en un estado de trance que nos lleva al lado oscuro de México. Es arte transgresor, sensual, casi barroco en la multiplicidad de símbolos e imágenes, es espiritismo, picaresca, iconoclastia. Quizá es incluso exorcismo en la búsqueda de lenguajes para hablar de los demonios que nos poseen. Se habla en lenguas urbanas, con palabras tan duras como las historias que cuenta. Fascinan las escenas de baile, el juego con el teatro popular que ya empieza en el foyer antes de la función: cinco intérpretes vistiendo túnicas con la imagen del Santo Niño Fidencio, faldas de flecos coloridos y una vela en la cabeza se abren paso entre el público que mira su procesión con curiosidad, mientras que un sexto actor (Roberto Cázares) con máscara de lobo y vestido con un carnavalesco traje de tiras de tela de colores se acerca pícaro al público: reparte dinero, azuza, nos señala el camino, nos ofrece cerveza. 

Una vez en el teatro suben a las tablas donde los espera, envuelto en oscuridad y niebla, el altar del santo Niño Fidencio, quien se hiciera famoso por realizar sanaciones milagrosas y que hoy es adorado como un santo aunque sin la bendición de la Iglesia: el santo marginal de los marginados. También una historia de amor algo perversa se cuenta en la oscuridad, iluminados solo los rostros de la joven pareja bajo unos velos de Virgen María. Se aman pero se hieren, se desean pero se traicionan; es un amor tóxico y mortal.

El lenguaje de Hernández es descarnado, poético, con un ritmo narrativo bien pautado (salvo en algunas escenas que se alargan algo de más). Constantemente se despliegan nuevas imágenes truculentas ante las que uno no sabe si reír o llorar. Al bóker lo golpean y le dan bala, lo sodomiza una jota, mitad puta, mitad santa, que lo traiciona (por amor). Y sobre toda esta trifulca relumbra un cartel de “Oxxo", una cadena mexicana de tiendas de conveniencia, símbolo del capitalismo corporativo y explotador.

En cierto momento, los artistas vuelven la vista al pasado. Montan para ello un hilarante “Gran Teatro Nacional” con cartel y todo. La farsa trata del nacimiento del militarismo mexicano y el encuentro del presidente Elías Calles con el santo Niño Fidencio quien supuestamente lo sanó de la lepra. Con mirada aguda se traza una línea que conecta estos personajes con el presidente Felipe Calderón y su guerra contra la drogas que significó en lugar de seguridad el poder ilimitado de un Ejército corrupto y corrompido.

Lo mejor del festival

La de México resulta pues la velada que más asombra estéticamente y la más visualmente potente e impactante del festival: la sofisticada iluminación; la música, cumbia rebajada, a veces tocada en directo con acordeón y sencillos instrumentos de percusión, otras veces resonando por los parlantes le llega a latir a uno en la sangre. Los artistas borran constantemente la distancia que los separa del público: el lobo corre por todas partes, nos señala, nos ofrece hot dogs, nos habla en alemán, nos muestra cómo huele al norte de México (de una caja blanca surge una brisa… ¡que huele también a los pisos recién lavados con jabón de las escuelas de la Alemania del Este!), un intérprete vacía dos bolsas de basura en el proscenio, algunos tarros y botellas plásticas terminan cayendo a los pies del público. La actriz Samantha Chavira pedalea en un triciclo de niña arrastrando tras de sí una muñeca bebé con la cabeza en llamas. Más adelante se convierte en Virgen de Guadalupe, se desnuda, le chorrea de la cabeza a los pies una sustancia naranja y gelatinosa, no sin antes haber parodiado los comerciales de chips y Coca-Cola, acercando la boca al micrófono, haciendo crujir sabrosamente las papas, hipnotizándonos con el sonido del gas escapando de la botella de soda, un largo y placentero sorbo, y luego un eructo que arranca risas al público. Esta obra se te mete al cuerpo por todos los sentidos.

Resulta sobrecogedor e inteligente cuando la actriz Chavira critica los papeles femeninos en la obra, pero también esa estetización cuasi redentora de un malandro desesperado y todo esto al ritmo de una religiosidad omnipresente y trastocada. Con su tema, La Canavaty nos lleva además a un punto candente de América Latina. En El Salvador, las fuerzas del orden detienen en cárceles de pesadilla a sospechosos y culpables (de poca o mucha monta) ignorando los derechos humanos que hasta al peor criminal no se le pueden negar en una democracia. Ecuador quiere seguir el ejemplo. Recorren el mundo las imágenes de miles de presos jóvenes, quizá como el bóker, a quienes un espiral de violencia, adicción y marginalidad ha condenado a perecer en las tinieblas.

 

Ese bóker en el campo del dolor
La Canavaty

Estreno europeo

Dramaturgia y dirección: Víctor Hernández / Reparto: Samantha Chavira, Jonathan Rodríguez, David Colorado, Abraham Tornero, Ricardo Daniel, Roberto Cázares / Producción general: Santiago Martínez, La Canavaty / Diseño de pro­ ducción: Hiram Kat, Malcom Vargas / Producción ejecutiva: Iván Flores / Asisten­ cia de dirección: May Durán / Asistente de producción y realizador: Esli Cortez / Asistente técnico: Rafael Acuña / Stage manager: Malcom Vargas / Diseñadores de arte: Hiram Kat, Malcom Vargas / Diseño sonoro: Hiram Kat / Diseño de ves­ tuario: La Canavaty / Partitura musical y asesoría vocal: Teresa Arias / Coreogra­ fía: Ricardo Daniel / Asesor corporal: Miguel Pérez don Cañalero / Asesor en per­ formance: Javier Serna / Asesor creativo de contenido: Edén Bastida Kullic / Asesor del fenómeno social Colombia en Nuevo León: Nicho Colombia / Asesor de dramaturgia: Luis Alberto Rodríguez 
Duración: 90 min

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