El fin del arte

Por Leonard Haverkamp

Traducción al español por Margarita Borja

Heidelberg, 9 de febrero de 2024. La performance empieza en la calle. Música, baile, cascabeles, matracas, cantos alegres de una colorida procesión de gente vestida con trajes tradicionales de distintas comunidades indígenas sudamericanas. Hay una máscara de diablo, tocado de plumas, poncho, zamarro, sombrero, botas de cowboy. También hay banderas: Ecuador, Perú, Whipala (ese “símbolo que identifica el sistema comunitario de los pueblos originarios basado en la equidad, la igualdad, la armonía, la solidaridad y la reciprocidad”). El público acompaña a los danzantes, algunos intentan capturar la escena escondidos tras las cámaras de sus teléfonos. En la mitad danza y anima Tiziano Cruz, quien al llegar a la entrada exterior del teatro se presenta, megáfono en mano: nació en el pueblo de San Francisco en Jujuy, al norte de Argentina, en las montañas. Abandonó su tierra natal e intentó despojarse de su identidad, se dejó “violar” por las instituciones del poder, nos dice. Pero esto se acabó, afirma. Con su “Soliloquio” explora la paradoja del arte indígena que se exotiza, se comercializa, se somete a la lógica del capitalismo neo-colonialista.

¿Cuál es el lugar de un cuerpo indígena?

En esta velada, Tiziano Cruz se despide del teatro aristotélico en el cual fue adoctrinado. Durante mucho tiempo rechazó sus raíces pero ahora declara que no parará de bailar y cantar, e incluso si lo amenazan con cortarle los brazos seguirá izando su bandera. Su convicción enciende al público al que invitan entonces a unirse al círculo de baile al ritmo del tambor tocado por el artista argentino. Llega el momento de entrar a la sala de teatro, los danzantes nos abren paso mientras siguen haciendo música e incitándonos a bailar. En la puerta del teatro, Cruz nos saluda con un abrazo. 

Aún envueltos en ese trance de encanto y energía, sentados en la sala oscura, bebemos las palabras con las que Tiziano Cruz empieza su monólogo. La pregunta: “¿Qué lugar tiene el arte del cuerpo en un país donde mi cuerpo desaparece ante el anhelo de una sociedad que quiere creerse blanca?” nos habla en grandes letras proyectadas en la pared de fondo del escenario. Cruz se desprende de su poncho hecho de quipus de colores y lo cambia por una camiseta blanca con un eslogan. Lleva un calzoncillo blanco y zapatillas deportivas blancas en los pies. Tambor en mano, con un golpe arranca su monólogo que recitará de pie ante un micrófono sobre un cilindro blanco que lo eleva medio metro de suelo. El artista denuncia y ajusta cuentas, también consigo mismo. A la vez es poético, filosófico, tierno y melancólico al hablar de su madre y su tierra. Nos cuenta que este soliloquio surgió de las decenas de cartas que envió a su madre desde Buenos Aires. Vemos una fotografía que le tomó el hijo, imagen que aparece triplicada y tiene una expresividad impactante. Cruz nos pregunta, nos increpa: a quién le importa un niño que no tiene desayuno, un niño que espera desconsolado el regreso de su madre al medio día: no llega la madre, ni hay almuerzo. 

Golpeé mi cabeza contra una pared

Sus experiencias de violencia, pobreza, explotación, marginalización como artista, como indígena, como homosexual marcan el discurso sin concesiones de Cruz. De repente proclama que ya no hará más arte, o que el arte es cínico, porque mientras más enfermo se está más dinero se gana, o que el arte que no nos confronta con la realidad no debería existir. Pide perdón, perdón a la madre, perdón por haberse vendido al mercado del arte y su dinámica eurocéntrica y capitalista. Su madre tendría que haberlo ahogado en el río para que no lo explotaran, dice, como lo hicieron las madres indígenas que querían salvar a sus hijos de los colonizadores. Empezamos a comprender por qué este soliloquio lleva el subtítulo: Me desperté y golpeé mi cabeza contra una pared. 

En cierto momento Cruz se envuelve la cabeza con una piel de oveja, se ata el torso con una cuerda muy apretada. Semi ahogado y semi estrangulado actúa como una oveja, como uno de los animales a los que su madre tuvo que asesinar por compasión porque un lobo las había atacado y dejado agonizantes. Hacia el final chorrea sangre por la pantalla de fondo. Esta velada se le mete a uno bajo la piel. A pesar de las palabras e imágenes afiladas, va más allá de la acusación. Más allá de la rabia se siente el anhelo de conexión, de empatía por el destino de Cruz y de tantos otros.

 

Soliloquio
Tiziano Cruz

Estreno alemán

Escritor, director, performer: Tiziano Cruz / Diseño y realización de vídeo: Matías Gutiérrez / Música, programación y diseño de sonido: Luciano Giambastiani / Dramaturgia: Rodrigo Herrera / Diseño de luces: Matías Ramos / Diseño y reali­zación de vestuario: Uriel Cistaro, Vega Cardozo Luisa Fernanda, Luciana Iovane / Producción artística, diseño gráfico y realización de utilería e ilustración: Luciana Iovane / Fotografía: Diego Astarita / International Relations & Management: Cecilia Kuska (ROSA Studio)
Duración: 70 minutos

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